La capacidad de contar tu propia historia, en palabras
o en imágenes, ya es una victoria,
ya es una revuelta.
Es muy probable que este libro se
haya comenzado a escribir hace varias décadas. Si tuviera que precisar una fecha, sería agosto
de 1977, cuando desaparece
mi hermano, José Rosenblum. Yo estaba
exiliada en Israel desde junio de ese mismo año. Hacia fines de 1979 me contacté por correo
con Amnistía Internacional de Londres
y, un tiempo después, me enviaron un informe que habían elaborado: Testimonio
sobre campos secretos de detención en Argentina. Fue cuando leí, por primera vez, sobre los traslados
y sobre
tantas otras cuestiones que hacían a la lógica y a la experiencia
concentracionarias. Tenía 19 años, estaba lejos de mis padres, quienes se encontraban en Buenos Aires
moviendo cielo y tierra para ver si lograban
obtener alguna noticia de mi hermano —en la familia lo llamamos Pepe; en
la militancia, Cacho o Cachito; en otros
ámbitos, José—.
Fue poco lo que logramos averiguar. Aunque no podamos
confirmarlo, es pro-
bable que haya tenido destino de vuelo.
En cuanto al informe de Amnistía Internacional, me resultaba imposible
creer
todo lo que estaba leyendo
y me resultaba imposible no creerlo.
Regresé a la Argentina
en 1986. A lo largo de los años, mi relación con todo lo vinculado
a la dictadura ha sido cambiante. Hubo épocas de búsqueda, lectura, averiguaciones, conversaciones. Y otras fueron de pausa, tregua,
silencio.
En marzo de 1995,
cuando Adolfo Scilingo apareció en la televisión confesándose atormentado por haber arrojado personas vivas al mar
desde un avión2, me conmocioné como pocas veces.
Y escribí el siguiente texto,
que se publicó el mismo día en los diarios La Nación y Página 12, en formato de carta de lectores.
Flores
Aparentemente,
el alma de Scilingo está siendo saqueada
por los vuelos
de la muerte. Supongamos que
así fuera.
Supongamos que sabíamos y que ahora sólo
confirmamos la ecuación ar- gentina
que enuncia: muerto es a enterrar lo que desaparecido es a arrojar al mar. ¿O deberíamos acuñar
el término “enmarar”, siguiendo así con la
misma línea creativa que nos llevó en un principio a otorgar a los seres humanos
la original cualidad de “desaparecibles”?
Supongamos —abstrayéndonos de motivos y
motivaciones— que nuevos vientos comenzaran a soplar en nuestro país.
Imaginemos entonces, por el
placer de la utopía, que todos los Scilingo lucieran en TV sus miradas chorreando siluetas NN.
Aun así, un deseo profundo
se ha venido haciendo oír hasta en el más cruel de los silencios. Y seguirá. Sigue
goteando en el alma al mismo ritmo de siempre,
con la misma fuerza de siempre, intacto, inamovible; tan claro como el Nesquik de la infancia, que es
recuerdo y es apuesta. No hay decreto
ninguno, no hay confesión, no hay tiempo o espacio, ley o razón, no hay mirada ninguna, no hay indemnización,
no hay caricia o noticia que puedan alterarlo: quiero llevarle flores a mi hermano.
Sé que sumamos
miles los que hemos tenido
que clandestinizar este deseo. Sé cuánto molestamos cada vez que
“abrimos las heridas”. ¿Cuáles heridas?: las nuestras nunca se han cerrado.
Quiero llevarle
flores a mi hermano.
¿A qué parcela de fuego, de aire,
de tierra o de agua debo dirigirme?
Mónica Rosenblum
CI 7.216.722
Buenos Aires, 15/3/95
En 2017 volví sobre el tema de los vuelos. Comencé a leer libros, artículos, testimonios. Al mismo tiempo, seguía muy de cerca el tercer juicio de la Megacausa ESMA. Este juicio gigantesco tuvo cinco años de audiencia y, entre otras, la par-ticularidad de que pilotos que habían participado en vuelos de la muerte se sentaban por primera vez en el banquillo de los acusados. El 29 de noviembre de 2017, se condenó a dos de ellos.
Como parte de esa
investigación que ignoraba a dónde me llevaría, participé del curso Introducción a los Estudios
sobre Memoria: problemas, perspectivas, debates,
en IDES. Las lecturas y los intercambios que tuvieron lugar allí representaron para mí un hito fundamental:
tanto en el sentido de encontrar fundamentos
para muchas de las sensaciones que había tenido durante años, como en el sentido de algo que pasa a ser trascendente. Pude conceptualizar y, sobre todo,
leer —faltaría un tiempo más para que pudiera decir, poner palabras—
acerca de miradas
y aspectos diversos
y complejos dentro
del campo de las memorias.
En ese contexto, también, leí Skyvan4, de Miriam Lewin.
Así supe de la inves- tigación que ella y el fotógrafo italiano
Giancarlo Ceraudo habían
llevado a cabo
durante más de una década, con la intención de localizar los aviones que
fueron usados en los vuelos. También tomé conocimiento
del libro Destino
final5, de Ceraudo, y, como no logré encontrarlo en librerías,
me contacté con él. Me sugirió comunicarme
con Miriam Lewin para acceder
a un ejemplar.
El libro es de
una elegantísima edición holandesa. Estaba envuelto en papel film. Pasaron varios meses
hasta que lo abrí. No encontraba “un buen momento”. Cuando, finalmente, lo hice, me detuve en la foto del interior
del Skyvan. Y así permanecí
varios días: me proponía avanzar en la lectura, pero regresaba a la imagen.
Es curioso, porque mucho
tiempo después caí en la cuenta de que la misma foto está en la contratapa del libro de Lewin, al cual había
accedido antes que al de Ceraudo.
Entonces, si ya conocía esa foto, si había visto,
además, algunas otras
fotos en diferentes proyectos relacionados con memoria e imagen; ¿por
qué la miraba
como por primera vez? No lo sé. Solo sé que el verla en ese pliego doble, dentro de ese libro, con esa edición y en ese momento, me impactó como ninguna otra imagen que hubiera visto.
Muy de a poco comencé a
mostrar la fotografía a algunas personas cercanas. Me costaba. Sentía que era algo así como
“llevar una mala noticia”. Sin embargo, avancé.
Una vez que pude hacerlo, mi sorpresa fue grande. Por un lado, la interesada y amorosa recepción de ese compartir. Y por otro, más preguntas: ¿cómo podíaser que allegadxs a mí, amigxs a quienes sabía cuánto les importa el llamado “pa- sado reciente” no estuvieran al tanto de la condena a los pilotos en la Megacausa ESMA III, del libro de Lewin, del libro de Ceraudo?
¿Para qué estaba leyendo,
investigando, inmersa en esa oscuridad? ¿Cuándo iba a terminar? Y, sobre todo, ¿podría terminar
cuando lo decidiera? Las pregun tas abrían otras preguntas y no lograba
saber en qué coordenadas de esa cartografía ubicarme.
Por primera vez, comencé a pensar que, quizás, la imposibilidad de hablar de los vuelos no fuera solo mía.
Durante 2018 decidí acercarme a algunas personas que sí hablaban, escribían, investigaban sobre los vuelos de la muerte. A esta altura, lo que necesitaba era confir- mar o rectificar mis impresiones. Así fue como conversé con el periodista Fabián Magnotta, quien, en su libro El lugar perfecto6, lleva a cabo una extensa investigación sobre los vuelos en el delta entrerriano, entre 1976 y 1980. También, hacia fines de ese año, me reuní con Macco Somigliana y con Cecilia Ayerdi, del Equipo Argentino de Antropología Forense. A ellxs lxs conozco desde hace muchos años; han sido siempre un faro para tantas familias como la mía.
Lo más importante de estas conversaciones, quizás, fue confirmar que la poca difusión sobre lo relacionado con los vuelos era, o, mejor dicho, es una constante. En una reseña sobre la película Koblic7, el recientemente fallecido escritor, periodista y traductor Marcos Mayer se pregunta por el motivo de las pocas producciones culturales en torno a los vuelos de la muerte. Y nombra dos probables razones: la imposibilidad de dar cuenta del horror, no únicamente de la ejecución de los vuelos, sino también de las mentes que los idearon. La segunda razón que menciona es la “casi imposibilidad” de representar ese momento, doloroso, inasible; de esbozar algún tipo de respuesta a la pregunta “¿cómo habrá sido?”.
Por otra parte, Pablo Llonto, el abogado querellante en el juicio Vuelos de la muerte/Campo de Mayo, que aún está en curso,
sostiene que los vuelos “constituyen
[…] el aspecto más oculto y que mayor cuota de clandestinidad tuvo en este accionar
del terrorismo de Estado, que es la etapa final, lo que ellos llamaron la
A estos ensayos de respuesta acerca de la dificultad de hablar de los vuelos —no
solo en las producciones
culturales, sino, en general— habría que agregar el he- cho de que, si bien hay
sobrevivientes que han sido testigxs de los llamados traslados, y otras personas que han testimoniado acerca de esta práctica de exterminio, la
—difícil de adjetivar— realidad es que no hay sobrevivientes de los vuelos; nadie ha regresado de allí.
Comencé a ampliar el círculo de las
personas con las que compartía tanto la foto
de Ceraudo, como también algunas de mis preguntas
y reflexiones. Y, a principios de 2019, tuve claro que necesitaba dejar de pensar y de
intentar “entender”, y pasar a plasmar todo esto en una obra concreta.
Mi inquietud
acerca de si iba a poder escribir a partir de esa imagen perdió fuerza; sería un proyecto colectivo: una
compilación de textos de artistxs argentinxs escritos
a partir de la foto del interior
del Skyvan.
Una vez tomada la
decisión de producir y publicar una antología cuyo eje fuera aquella imagen, algunos criterios y pasos a seguir
surgieron con relativa claridad:
• Retomé contacto con Ceraudo. Le conté sobre el
proyecto, le pregunté su parecer y le pedí que me enviara el original de la foto.
Su respuesta fue muy positiva y cálida, y al cabo de un tiempo, me lo hizo llegar.
• La idea de convocar autorxs
de diversas edades
y experiencias personales, y que las voces reunidas
en la antología no fueran,
necesariamente, ni en su mayor parte, de familiares o sobrevivientes. Esta determinación se basa en un intento de ampliar el círculo de las voces
autorizadas para decir.
Mariana Eva Pérez, en una conversación-entrevista
cuyo elocuente nom- bre es “Entrelazar escrituras, desacralizar miradas”10, sostiene que “en la
• El título Una imagen para decirlo se me presentó con
contundencia. Lo llama- tivo es que cuando lo enunciaba siempre
ponía mucho énfasis
en la palabra imagen. Como si discutiera con algo o con
alguien. Dos años más tarde, me di
cuenta del motivo. Ese título dialoga con otro: el del libro Palabras para decirlo: lenguaje y exterminio11, de la poeta, investigadora y psicoanalista Perla
Sneh. Cuando reparé en esto,
me comuniqué con ella y se lo comenté. Tuvimos
una hermosa conversación, que derivó en que se sumara como autora de
uno de los textos que componen esta antología.
• La importancia de que lxs autorxs recibieran la
foto impresa: durante el plazo que tendrían para escribir estarían
en contacto con la materialidad de la imagen, y eso, en sí
mismo, ya sería una especie de intervención; constituiría parte
del desafío que implicaba la elaboración del
texto.
• La necesidad de conformar un equipo de trabajo
para encarar este proyec to
colectivo, que requeriría no solo de una tarea de producción y edición significativa, sino también de soporte, apoyo y consulta
permanentes.
Durante la segunda mitad de 2019, con Laura Mazzini
conformamos el equipo
inicial. Decidimos imprimir
cien fotos y organizar las comunicaciones y los envíos. Poco tiempo
después, se sumó Alejandra Correa.
En el verano de 2020, cuando quisimos lanzar
la convocatoria, sobrevino la pandemia
del COVID-19. El plan quedó suspendido. No solamente por la im- posibilidad de
juntarnos o de repartir la foto, sino también y, sobre todo, porque parecía
un pésimo momento
para agregar algo de estas características a lo que ya estábamos viviendo.
Sin embargo,
a mitad de año, nos propusimos ponerlo
en marcha o, al menos,
ver la recepción que tendría la invitación a participar. Los desafíos de
esta etapa consistían, por un lado, en lograr una comunicación clara y precisa
y, por otro, en armar una lista de posibles
autorxs. En julio de 2020, lanzamos la convocatoria por grupos, comenzando por las personas más cercanas.
La respuesta superó nuestras expectativas. La gran mayoría
de lxs convocadxs contestaba con entusiasmo, emoción
y agradecimiento por ser parte del proyecto.
Algunas personas dijeron que no, y unas pocas, que inicialmente habían
acepta- do, no lograron
escribir.
Intentamos que hubiera diversidad en todos los aspectos. No siempre fue fácil y no siempre fue posible. En plena
pandemia, el correo al interior del país falló
varias veces. En esas ocasiones, compartimos la imagen
de manera digital.
A partir del
envío, la recepción y la lectura de los textos, se generaban con- versaciones, que, entre otras cosas,
reforzaban mi propio sentimiento de gratitud
hacia lxs autores.
Con Laura Mazzini,
Alejandra Correa, Gabi Luzzi y Juana Roggero conformamos el equipo editorial y de producción. Paralelamente,
Natalia Fortuny aceptó la invitación a elaborar el
posfacio.
Teniendo en cuenta que
toda antología es un recorte, preferimos concebir a Una imagen
para decirlo como punto de partida más que de llegada: un inicio, una apertura.
2
Hay una paradoja muy profunda en escribir un libro sobre algo trágico
y que la experiencia sea gozosa.
Anne Carson
La alegría de confirmar que lo que pide ser dicho, finalmente, se dice. Y que lo que pide saberse, finalmente, se sabe.
Alegría de haber podido, con otrxs, lo que pensaba
imposible. Llevar a cabo este proyecto
resultó una experiencia gozosa. Esa es, para mí, la gran sorpresa de la producción de este libro.
¿Una imagen vale más que mil palabras?
Sí.
Pero no.
Una imagen para decirlo
contiene cerca de 30.000 palabras escritas
alrededor de
una misma fotografía. En esta obra colectiva, nada vale más que nada y el todo
—preciosas piedritas, diminutos
diamantes incrustados en sus letras— es lo trascendente.
Sesenta y tres
artistas argentinxs cuentan un fragmento de nuestra historia de formas
diversas y con sus miradas
particulares.
Eso ya es una victoria, ya es una revuelta.
Texto introductorio a la antología "Una imagen para decirlo", por Mónica Rosenblum
Mucha emoción al leerte Moni! Gracias x este regalo que me haces con esta introducción! Anticipo del libro!
ResponderEliminar...me regalas tu corazón y el mío se ensancha!
❤️
ResponderEliminarImportantísimo lo que decís, Mónica. Y la manera como lo decís. Es fundamental contar estas historias. Que se sepa lo que pasó. Y que las personas tenemos derecho de saber dónde están nuestros seres queridos.
ResponderEliminarRolando querido gracias!!
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